El viernes arrancó la Sodamanía. El concierto más esperado del año fue, finalmente, un acontecimiento musical. Soda recorrió su trayectoria con un show de nivel, con nuevos arreglos de viejos temas y una puesta impactante. Los momentos más intensos, el VIP y un análisis del regreso. Empecemos por el telonero de Soda Stereo: Peter Capusotto y sus videos. ¿Nunca vieron el programa en canal 7 o buscaron sus sketches en la página YouTube? A las 20, se proyectan fragmentos reciclados donde el humorista Diego Capusotto se toma en solfa (y con Soda) tics y prejuicios de nuestro rock. River parece un autocine de YouTube y uno se ríe otra vez de lo que alguna vez le causó gracia en la tele o en la compu. En esa expectativa pre-recital de "ansiedad y hamburguesas", atravesará las pantallas el zapping de sponsoring, solidaridad y absurdo en que se devino el mundo del rock: sorteos de la empresa de celulares que auspicia y el cartel "Cada dos horas un niño muere de hambre en Argentina". En los parlantes: The Rapture, Pescado Rabioso, Talk Talk, ELO... Esteee, ¿alguien sabe en qué año estamos? La pregunta insistirá adentro de nosotros en las 2 horas y media de recuerdos revividos. El arranque del gran rewind Soda es cuidadosamente conceptual. Se oye lo último que grabaron Gustavo Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti antes de separarse, hace diez años: una balada de Brian May, Some Day, One Day (1974), traducida como Algún día para el disco Tributo latino a Queen. "Ninguna estrella nueva te guiará por mí/ si piensas volver/ algún día", allí cantaba Gustavo premonitoriamente. Mientras, en las pantallas se ven imágenes retro de los fans. ¿No sería ésta la imagen que quiere encontrar el público en el espejo: recuperar a los que alguna vez fueron, con Soda como música de fondo para su vida? Nostalgia de lo vivido y la envidia de lo no vivido: están quienes experimentaron a la banda en su momento y hoy quieren resucitar ese pasado, y también, los jóvenes que, de tanto oír la nostalgia de aquéllos por esa "época dorada del pop", ahora quieren saber y saborear de qué se trataba. En la espalda de un fan que apenas debe haber conocido la etapa '90s del grupo se lee "19-10-07: Diez años sin música". Epa, qué hueco y qué orfandad dejó Soda Stereo en el inconsciente colectivo para que tuviera que volver... Por eso, ahí los tienen de nuevo: Gustavo, plantado en el escenario como una especie de Obi Wan Kenobi de guitarra azul por espada-láser (al final, llevará sombrero cowboy); un Zeta de expresiones parcas, bajo gorrita Sgt Pepper y sobre botas plateadas; Charly, más canoso pero siempre tan suelto como firme, cruzando los palillos como si fueran batutas. "Por fin", suspira sobre una ovación el cantante, comenzando el retorno con Juego de seducción (85). La puesta en escena a cargo del diseñador de luces de Daft Punk y Nine Inch Nails, el importado Martin Phillips, impacta con sus biombos de tres pantallas y sus parrillas de luces como ventiladores de techo. Tal puesta, con sus sutilezas y su ausencia de gestos demagógicos (cegar al público mientras corea) da el tono de todo el show: muy respetuosa en su funcionalidad antes que desafiantemente creativa. El apoyo logístico de los músicos invitados (más audibles que visibles) -Leandro Fresco, Leo García y Tweety González- recupera fantasmas de colaboradores esenciales en la carrera del trío: Richard Coleman, Daniel Melero, Fabián Von Quintiero y Daniel Sais. Cuando Cerati presenta Tele-Ka (84) explica que "La música era el arte de combinar los sonidos y de mover objetos a distancia, o gente". Comentario acertado en tal situación de telekinesis mutua: el grupo fue reunido a pedido y ahora los que pidieron cumplen el deseo de ser movidos otra vez por el trío. Sí, estamos ante una especie de "absolutismo del público". Pero la banda evita con suma elegancia reducirse a mera Rockola, incluyendo después de Imágenes Retro (85), Texturas (92), una perla del psicodélico Dynamo. Así, en el repertorio se le hará justicia a grandes canciones a la sombra de los hits. Digamos: En camino (86) -"el tema que más me gusta y que tocamos bastante poco" (Gustavo)-, la electrizante En remolinos (92), Fue (92), Disco eterno (95) y una obra maestra de la cancionística ceratiana, Zona de promesas (93).Más allá de los pifies propios de un debut que estos músicos saben superar con magistral profesionalismo, el motor de la performance son las canciones, las cuales le exigen a la banda anudar individualismos y desembocar en mantras de combustión. En medio de la germinación espontánea de saltos y luces de celular que provoca En la ciudad de la furia (88), Zeta se destaca como un bajista protagónico, que sabe cómo resonar físicamente en nosotros con frases de trueno (en tanto, arriba la luna se nubla). La energía puesta en juego por Gustavo es de entrega total. Aferrado a su guitarra como a la antena que lo conecta con la magia de la música, demuestra en Danza rota (85) y otras, que siendo uno de los mejores violeros rítmicos de este país, logró la originalidad de Cuando pase el temblor(85). Esta vez la convirtieron en Cuando pase el reggaeton, para que el sexteto retumbe cual Daddy Yankee de metal. Por si fuera poco, Cerati brilla con solos catárticos, como los que practica en este momento excepcional de su carrera solista. ¿Quién podría digitar mejor el riff de Un millón de años luz (90) con sus notas como enjambres estelares?Sorprende la mutación de algunas canciones como Persiana americana (86, a tempo más alto), Prófugos (86, más disco-punk, casi Sumo) o especialmente Sobredosis de t.v. (84). Recreaciones que revelan el esfuerzo tras el operativo retorno de Soda por no ceder al museo de cera de volver atrás. No debe ser tan fácil cantar con experiencia de maduro lo que se compuso en la inocencia teen. A veces, el público le exige a sus ídolos volverse banda tributo de sí misma... Lo cual no sería problemático si el grupo en cuestión no hubiera sido la bandera de lo moderno, lo innovador, el riesgo y el futuro durante su carrera vital.Cuando Gloria Guerrero escribió en febrero de 1980 sobre la reunión de Almendra en la revista Rock & Pop Superstar apuntaba a "la eterna contradicción entre el corazón y la cabeza". El corazón delata el apego afectivo, inevitable, a esas canciones que ya son tatuajes emocionales de por vida. Pero aparece la cabeza y hace cuestionamientos: ¿Por qué la gente necesita ver juntos a los que decidieron estar separados? ¿Qué pasa o no pasa en el rock para que tenga que volver Soda? La cabeza de la Guerrero ya señalaba la "comercialización de la nostalgia" y demás; eso en 1980, ahora qué podríamos decir... Podríamos pedir que estos shows cierren su ciclo con las mismas energía rockera, dignidad musical y disponibilidad profesional que comenzaron. Y después, si algo tiene que volver, que sea la visión de futuro. Ya lo recomendaba Soda en El tiempo es dinero (84): "Cuidado con Dorian Grey y su espejo retrovisor". Estamos advertidos desde 1984. Mientras, que siga latiendo el corazón. Y cómo: como River hecho hervidero humano durante De música ligera (88). Porque de aquel amor, nada nos libra.Fuente:
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